Jota Rabiosa, de vuelta al folclore

Jota Rabiosa, de vuelta al folclore

Tengo más o menos claro -o sea, en la gama de los grises- que hoy a mucha gente no le va a gustar lo que traigo y también sospecho fundadamente que la lista del Poleo va a perder seguidores (y lo mismo también me acaban echando de algún grupo de FB), pero, como sé que serán esos seguidores a los que es prácticamente imposible sacar de su zona de confort ni moverlos, curiosidad mediante, hacia parte alguna, lo mismo esto sirve de purgante.

Mi generación (o buena parte de ella) fue educada por medios y prescriptores culturales de la esfera progresista, anti y postfranquista, en la devoción por los sonidos procedentes del mundo anglosajón y especialmente norteamericano. Eso que llamamos ‘música contemporánea de raíz popular’ nombra casi siempre unas raíces y un pueblo que no son los de uno, sino los de otros. Y muy bien, oye, que tampoco voy a renegar de lo que llevo escuchando y disfrutando toda la vida. Pero el asunto de fondo es que se nos indujo a aborrecer de lo castizo -lo hispano, ibérico, mediterráneo, europeo- por casposo y hasta por facha, salvo, eso sí -ahí entran muchos de los llamados ‘cantautores’ de los 60 y 70- que fuera vehículo para la circulación de ideología de izquierda o a sus tenedores el producto musical que fuera les resultara ‘simpático’. No tenemos más que observar cómo se nos indicaba -y todavía resuena- que Camarón sí, pero Los Chunguitos no; o que, por ejemplo, los cantaores que ganaban cada año y ganan la Lámpara Minera son poco menos que chusma, pero que Enrique Morente es Dios. Y así hasta la náusea.

El resultado de todo esto es que pertenezco a una generación y a un subgrupo dentro de ella que, cuando escucha una jota, un fandango, una muñeira, se revuelve incómodo y sonríe nerviosamente, como con una especie de vergüenza ajena; eso, si no pasa a la siguiente fase y procede a la burla poco o nada disimulada. Y lo más trágico de todo esto es todo lo que nos perdimos, todo lo que nos perdemos y, siendo un colectivo tan numeroso -los putos ‘boomers’, el grupo generacional más numeroso de la historia de España-, las carreras artísticas que, como público displicente, habremos hecho naufragar.

Intentos por poner en valor, actualizar, difundir y comercializar nuestro patrimonio musical hispano ha habido muchos, desde Joaquín Díaz a Los Hermanos Cubero, pasando por Nuevo Mester de Juglaría, Andrés do Barro o incluso Vainica Doble, pero años de presión de la apisonadora mediática y la docilidad y el papanatismo de las audiencias impidieron que lo que podría haber sido un bosque musical magnífico se quedara en una exposición de bonsáis abocada a la mera curiosidad.

Y aquí toca hacer un aparte para el flamenco, pues evidentemente su proverbial buena salud, su arraigo, su disponibilidad a la renovación, su disposición para mezclarse con todo sin diluirse (es como el whisky DYC de los folclores) y su casi mágica habilidad para vender y venderse, más del otro lado que dentro de nuestras fronteras, lo dejan fuera y muy arriba de toda esta niebla de miserias que vengo describiendo.

Hablaba de los intentos de rentabilizar culturalmente nuestro folclore y precisamente de su casi consecución contemporánea va la lista de hoy. En las últimas dos décadas, la capacidad de imponerse y triunfar del complejo musical, mediático y comercial anglosajón se ha desinflado, como dicen ellos, de una forma dramática. Hoy las disqueras británicas y norteamericanas ya no dictan qué se escucha en las salas o en los auriculares de medio mundo y es más fácil que una chavala de Idaho, Sidney o las Highlands escuche a Bad Bunny (y quiera aprender español) que un chaval de Bogotá o Getafe tenga el más mínimo interés por escuchar lo último de Lana del Rey o saber quiénes son 100 Gecs. Perdida pues la referencia continua de la cultura no hispana, por tanto su prestigio y la necesidad de imitarla, nuestros artistas, redimidos de los complejos que asolaron a sus padres, biológicos y musicales, se han visto libres para incorporar otros sonidos y, entre ellos, los que estaban por aquí, más muertos que vivos, pero aún reconocibles y todavía con una capacidad milagrosa de transmitir una afinidad familiar y sanguínea.

He llamado a la lista de hoy ‘Jota Rabiosa’ en homenaje a Bonita, una banda manchega que hace folclore castellano con guitarras eléctricas y, en la hora que dura la ‘sesión’, he intentado meter un poquito de todo: hay electrónica con aires gallegos, ‘world music’ cantábrica, ‘hillbilly’ de Castilla, ‘hip hop’ flamenco de Santa Coloma de Gramanet, ‘krautrock’ mesetario y, por supuesto, Rosalía.

José Preciado