‘Blood On The Tracks’ (serie Discos Míticos)
El disco que traigo hoy está, por supuestísimo, en la cima de todas las listas de ‘lo mejor de la historia’, es, de hecho, un tótem cultural en varias categorías (incluida la de “divorcios”), es una referencia indiscutible e insoslayable en la canción de autor y, además, constituye uno de los argumentos más sólidos que suelen esgrimir los defensores de la concesión a Bob Dylan del Premio Nobel de Literatura.
Y, además, “para ser un disco de Dylan”, es musicalmente muy rico y tiene temas francamente ‘de dulce’.
Pero ponédselo sin avisar y sin contexto a un menor de 30 años y veréis qué pasa.
Pasa lo que ya dijo hace 50 años Stephen Stills después de que Dylan les enseñara a él y a Nash, a Crosby y a otros las canciones de ‘Blood On The Tracks’:
“Es un buen compositor… pero no es un músico”.
Y como Dylan es incapaz (y a estas alturas y sin su valor añadido ni os cuento), incapaz -digo- de vender a Dylan, pues es muy difícil que unos oídos poco propicios se abran a sus canciones, con lo que en la mayoría de los casos la cadena se rompe y ese judío antipático cuando no borde, flaco y pequeñito de Minesota llamado de verdad Robert Allen Zimmerman amenaza con escurrirse por el desagüe de la historia musical.
Así que lo que hoy traigo pretendo, con toda humildad, que sea un homenaje y al mismo tiempo un remedio contra el desaire, porque esta emulación en versiones de ‘Blood On The Tracks’ creo que me ha salido (bueno, le ha salido a los que hacen las versiones) más digerible y amena que el disco original. O sea, que entiendo que, si ponéis la lista de hoy a ese menor de 30 años del experimento de arriba, es posible que vaya a tardar más tiempo en levantar la ceja y abandonar la prueba. Lo mismo hasta escucha el disco entero.
Viene con dos ‘bonus tracks’ de la canción de Dylan más escuchada en Spotify, ‘Knockin’ On Heaven’s Door’, en dos versiones, digamos, inusuales, una de Wyclef Jean y la otra de Antony & The Johnsons.