Crítica feroz de “Reina Roja”

Crítica feroz de “Reina Roja”

La séptima acepción de “decoro” para el DLE es “Adecuación del lenguaje de una obra literaria a su género, a su tema y a la condición de los personajes” y justamente ese sentido de la palabra -y quizá otros como ‘respeto’, ‘honestidad’ o ‘recato’- encajan perfectamente en el debe de caja de la serie anunciada por Amazon, por el autor de la novela y hasta por Pablo Motos como “la mejor del año”.

Y ahora vendría eso de la piel del oso.

Cada vez tengo más claro la falta de decoro (y, por tanto, de consideración con la audiencia) es el grandísimo problema de la ficción televisiva española hecha -supuestamente- para adultos con dos dedos de frente. Lo que no tengo tan claro es por qué, con presupuestos similares y equipos técnicos y artísticos comparables, tenemos por un lado magníficos productos como “Patria”, “Fariña”, “Antidisturbios”, “La Mesías”, “Arde Madrid” o la venerada “Purgatorio”, exportables, premiables y vendibles; y, por otro, saldos como “La Caza”, “La Peste”, “30 Monedas”, “La Unidad” o esta “Reina Roja”.

¿Es falta de oficio, de ganas, de rigor, de coordinación, todo eso encaminando un desastre que va hinchándose desde el primer guion y que la productora acaba resolviendo con un “venga lo que sea”? ¿O de verdad pensaron en el primer visionado que esta serie y esas otras eran buenas?

Vamos al turrón: la serie de Prime que pone en imágenes la novela de Gómez Jurado tiene varios problemas graves:

1.- El casting: Vicky Luengo, en ninguna circunstancia ofrecida a lo largo de los siete capítulos, es creíble como “la mujer más inteligente del mundo”. A Hovik Keuchkerian sí me lo creo como Jon Gutiérrez (y hasta a Karmele Larrinaga como su madre), pero es imposible ponerse al lado de Andrea Trepat y Nacho Fresneda como los malos menos creíbles y más caricaturescos que me he encontrado en mucho tiempo. ¿Qué está haciendo ese hombre todo el rato en esa mesa, Virgen Santa?

2.- El tono (consecuencia de la falta de decoro): realismo urbano, comedia, thriller, gore y alucinaciones simiescas (y esas que trantan de “explicarnos” lo inteligente que es Antonia) mezclan mal y, si montas a dolor las escenas correspondientes a cada tono, pareces un dj mezclado hardcore, indie y pasodobles.

3.- La verosimilitud. En toda ficción se pueden forzar las tragaderas del espectador (o lector) alguna o varias veces, pero no todo el rato, porque lo sacas del cuento y se acabó lo que se daba. No me refiero al fondo de la trama, no hace falta, me refiero a docenas de pequeños detalles, como la falta de continuidad en los exteriores (no grabes en pleno centro de Madrid, si te vas a cargar la continuidad), la duración elástica y aleatoria de los procesos, de los desplazamientos, la motivación de estos y, sobre todo, al recurso inocente y continuo a clichés más que mascados por la audiencia, como los agentes secretos, la ropa que roba la prota en una tienda, las bombas ¡con cable!, las linternas en subterráneos iluminados, los azulejos que pinchan y etcétera, etcétera, etcétera

José Preciado