Horn bands
Sabe quien me conoce que me gusta más una sección de vientos que comer con los dedos. Y, si el trompeteo es la salsa de un buen guiso de soul, de rock, de funk o de americana, es posible que se me vea alcanzar una especie de delirio.
¿De dónde me viene la querencia? Pues probablemente de mi padre, devoto de swing y de las big bands, que supo contaminarme de ese y otros benditos apegos, y también por aprendizaje natural a partir de ciertas (muchas) bandas de finales de los 60 y de los 70.
Estoy hablado de formaciones numerosas y/o muy numerosas, negras y blancas, norteamericanas y británicas, que incorporaron unas muy sólidas secciones de metales y que, desde los escenarios de medio mundo, impartieron con generosidad sustantivas lecciones de calidad, profesionalidad y clase. Bandas como The Electric Flag, Chicago, Lighthouse, Blood Sweet & Tears o Earth, Wind & Fire.
Hace unas semanas, el maestro Diego A. Manrique escribía un artículo acerca de estas llamadas “horn bands” donde incidía en que en su origen intervinieron factores económicos que difícilmente volverán a darse, lo que convierte a estos combos prodigiosos en únicos, esenciales e insustituibles.
Lo que contaba Manrique es que esas secciones de metales se poblaron con el amplio excedente de las escuelas de música que, en los años 60 del siglo pasado, en pleno cambio de paradigma del entretenimiento musical, seguían produciendo instrumentistas para las grandes bandas como si la década de la II Guerra Mundial no hubiera quedado atrás. Eso, y el ojo del productor James William Guercio, quien, sabedor del éxito de la fórmula del soul sureño, promovió formaciones como Blood Sweat & Tears y Chicago.