Afrolatin Grooves
Hace unos días salía en La 2 el pianista James Rhodes perdonándoles la vida a unos jóvenes (los jóvenes) españoles por disfrutar del reguetón como si, en lugar de por un dudoso gusto musical, tuvieran que disculparse por tener palominos en la ropa interior. Un par de días después, el aguerrido crítico musical Víctor Lenore publicaba un artículo en Vozpopuli perdonando a su vez la vida a Rhodes por pijo, cultureta y colonialista, argumentando en defensa de ‘la grandeza del reguetón’ (madre del amor hermoso, acógeme) que este es un género de gente pobre (tan pobres que solo son dueños de sus cuerpos perreadores), que el reguetón no es (y antes al contrario) un producto musical que discrimine a las mujeres (claro, solo hay que ver entre los diez artistas más escuchados de la cosa cuántas mujeres hay) y que (agarraos) Daddy Yankee es a esta generación (caribeña tirando a global) lo que fue Bob Dylan para la de los años 60.
Dejo de lado lo de Dylan y el asunto femenino, porque son razones que se autodestruyen de su misma ridícula inconsistencia, y me voy a detener un momento en lo de pobres (y aquí viene la playlist de hoy, mil disculpas por la previa). Según el argumento de Lenore, unos tales Tito Puente, Frankie Nieves, Ray Barreto, Willie Bobo, Bobby Marín, Joe Bataan o Joey Pastrana -a los que traemos hoy a nuestra cita dominical- hacían la música que podéis disfrutar (y bailar con esos cuerpos de vuestra propiedad), una música con una calidad muy por encima del estándar comercial de su tiempo, porque ellos, claro, no debían de ser pobres inmigrantes hispanos en los Estados Unidos de los años 50 del siglo pasado; a lo que se ve y podéis escuchar en la lista de hoy, debían de ser ricos, riquísimos, vivir en las mejores zonas de Nueva York o Miami, veranear en Matha’s Vineyard, tener todos dos o tres títulos de las universidades de la Ivy League y, sobre piedra con un cincel de oro, tenían trazado un futuro brillante y maravilloso.
Y es que, además, lo más jugoso del argumentario lenorino es la disculpa implícita: el reguetón es como es (un producto musical peleado permanentemente con la excelencia y que te vacuna concienzudamente contra la curiosidad) porque lo hace gente pobre, y la pobre gente pobre no da para más.