«Black Mirror», temporada 7

«Black Mirror», temporada 7
Hemos sido muchos los que hemos disparado nuestro entusiasmo con la nueva temporada de “Black Mirror” a partir del visionado del primer capítulo, “Common People”, el cual, efectivamente, es excelente y lo es precisamente por estar en la línea perturbadora de ficciones míticas de esta serie, sobre todo de las dos o tres primeras temporadas.
Pero lo que también hemos hecho muchos es callarnos como roedores al respecto de la mediocre calidad del resto de las entregas.
¿Echamos un vistazo a riesgo de que se escape algún espóiler?
“Bête Noire” cuenta cómo la realidad de una creativa culinaria se ve afectada y alterada (literalmente) cuando en su empresa aparece una antigua compañera de instituto a la que probablemente no trató bien en el pasado. El desarrollo está bastante bien llevado, pero la conclusión es delirante y desaprovecha toda la implicación de los espectadores con las dos protagonistas ¿De verdad que lo que tiene que dar miedo es que alguien use todo el poder del universo para “eso”?
“Hotel Reverie” muestra un experimento de recreación de un clásico del cine en el que se introduce, por vía de la inteligencia artificial, a una actriz contemporánea. No hay nada en este capítulo que no se expresara mejor, más profundamente y con muchísima más gracia en “La rosa púrpura de El Cairo” de Woody Allen.
“Plaything” es uno de los dos capítulos de esta temporada dedicados a la demonización de los videojuegos, en este caso, uno mostrado como una especie de forma de vida autónoma en perpetuos crecimiento y evolución. Lo que no se nos dice en ningún momento es si eso debe darnos miedo (que sería la intención de los guionistas), si nos tenemos que hacer fans de los “lemmings” del juego (porque no parecen una amenaza en ningún momento) o por qué el poli que interroga al muy veterano “gamer” es tan borde y tan violento (será porque él sí sabe lo que los espectadores ignoran).
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“Eulogy”, interpretado casi en soledad por el grandísimo Paul Giamatti, vuelve sobre la inteligencia artificial (benéfica en este caso) que se emplea para bucear en fotos antiguas y en los rencores perpetuos del protagonista contra la mujer que lo abandonó y lo destruyó (muy presuntamente). Es un buen capítulo con un final sorprendente para mal, porque cuando todo parece abocado a mostrar al protagonista como un perfecto cretino (y necio borrachuzo), los guionistas deciden perdonarlo en lugar de darle su merecido.
Y finalmente “USS Callister: Into Infinity” es la segunda parte de un capítulo casi homónimo de 2017 y segunda entrega en esta temporada contra el demonio de los videojuegos. A pesar de su extraordinario reparto (Jesse Plemons, Cristin Milioti, Jimmi Simpson) ni logra despegar ni despegarse de su primera parte, bastante más perturbadora, y se queda en una modesta aventura espacial-virtual con un final bastante pobre.
¿Qué es lo que pasa entonces con la séptima temporada de “Black Mirror”? Pues que es un gatillazo, porque, salvo el primer capítulo, ni preocupa ni perturba ni agita ni acongoja acerca del futuro hipertecnológico inminente, que sería la -declarada- intención de la serie, y lo que hace es ofrecer ficciones alejadas de la vida (presente o futura) de los espectadores y -por lo que se sigue viendo- muy cercanas a las fobias de Charlie Brooker, su creador.

José Preciado