‘Miles Davis: Birth of the Cool’ (Stanley Nelson para ‘American Masters’, 2019)
La serie American Masters (que lleva emitidas 34 temporadas) ha dedicado el primer capítulo de este año a la figura del legendario, inigualable, inimitable y muchas veces insoportable Miles Davis, la única estrella de rock que siempre tocó jazz.
Emitido en España por Netflix, este documental bastante extenso, dirigido por el prolífico Stanley Nelson, se esfuerza durante sus casi dos horas de metraje en evitar ser una hagiografía del trompetista más cool del universo, pero es incapaz de sobreponerse al mito y en ocasiones cae en un colegueo difícilmente tolerable sobre todo cuando este se inserta tan solo unos pocos minutos después de haber mostrado (no sin notable mesura) algún desmán de Davis con su familia, sus parejas, sus empleados, sus colegas, su hacienda o su salud. Y dentro de esos desmanes, siempre parece que se dramatizan más las auto-agresiones (sobre todo con las drogas) que las infligidas a otros, en concreto a otras y especialmente a una: Frances Taylor, la supuesta mujer de su vida, bailarina a la que sacó -“una mujer tiene que estar con su hombre”- del primer montaje de West Side Story (¡con Jerome Robbins!) para convertirla en mujer-trofeo cuando él estaba en Nueva York o en cocinera de sus hijos cuando Miles estaba de gira, que era casi todo el tiempo, y a la que golpeaba en ataques de celos (la primera bofetada se la dio, según confiesa Taylor en el documental, por decirle a Davis que Quincy Jones le había parecido un hombre muy guapo).
Y por otra parte es casi nulo el caso que el documental le hace a Betty Mabry-Davis, también pareja del trompetista y personaje clave para explicar el Miles Davis de los 70 en lo musical y en bastantes más cosas.
Y bueno, si habéis venido por la mitomanía, vamos con ella. El documental muestra bastante detenidamente la trayectoria del trompetista de San Luis partiendo de su acomodada infancia y primera juventud, su paso por la más famosa escuela de artes de Estados Unidos y su salto a la calle 52 de Manhattan donde (“el momento más excitante de mi vida con la ropa puesta”) conoce y empieza a tocar con Charlie Parker y Dizzie Gillespie. Viene luego su primera estancia en Europa, su idilio con Juliette Grecó y la resaca de todo ello a la vuelta a Estados Unidos con retorno al hogar paterno y primera desintoxicación (y de todo esto, que conste, buena culpa la tuvo el racismo estadounidense, dice en off un escritor afroamericano interviniente, que se queda más ancho que largo). Llega luego su primer resurgimiento (el bueno, porque el del final de los 70 fue más bien para hacer caja -que falta le hacía- y además estaba ya muy malito) durante ese periodo dorado universalmente conocido como birth of the cool (por el disco de 1954 y por todo lo demás) cuando con el probablemente mejor quinteto/sexteto de jazz de la historia (por el que pasaron Paul Chambers, Sonny Rollins, John Coltrane, “Philly Joe” Jones, Ron Garland, ‘Cannonball’ Adderley, Jimmy Cobb, Bill Evans o Wayne Shorter) graba, para Prestige y Columbia y durante unos diez años, los mejores discos de su vida.
Una de las partes más divertidas del documental es la que narra que la aproximación de Miles a los nuevos sonidos del soul, el rock y la psicodelia a finales de la década de los 60 fue fundamentalmente por cuestiones económicas -descubrió, por ejemplo, que Sly Stone cobraba por un bolo de 45 minutos más que él en toda una semana a doble o triple pase en un club- y, por supuesto, de ego, pues no soportaba que ‘unos melenudos blancos que no sabían música’ llamasen más que él la atención de un público joven que, además, empezaba a ignorar su existencia.
‘Miles Davis: Birth of the Cool’ acelera el paso en el último tramo de la vida del trompetista, arrastrado por su deseo de prevalecer como estrella de la música a una vorágine de autodestrucción primero creativa, luego química, después física y más tarde mental que lo recluiría cinco o seis años en su casa de Nueva York (en los que no tocó -literalmente- su trompeta) y de la que salió con ayuda de zumos y verduras (lo dice el documental, yo me lavo las manos) y la permanente atención de su pareja de entonces, la actriz Cicely Tyson, a la que acabaría dejando, ya repuesto de cuerpo y cash, por una joven pintora.
El documental es, además, una galería extraordinaria de personajes de leyenda, con intervenciones o apariciones en imágenes de Herbie Hancock, Carlos Santana, Cortez McCoy, Archie Shepp, Jimmy Heath y hasta el mismísimo Prince, contiene innumerables argumentos para verlo por puro disfrute y el valor añadido de que determinados pasajes y el trato muchas veces benévolo al personaje pueden remover un poquito vientres sensibles como el mío. O será que me cogió con el cuerpo cambiado.
Este artículo fue publicado el 16 de diciembre de 2022 en “Atados a un poleo”